Viajabas
en mis venas
cada
primavera.
Prendías
la hoguera del amor
y
en ella fundíamos nuestras alas,
regocijados
de luzcada noche de verano.
El
ruiseñor cantaba
y
tu voz vestía la mañana mientras una lluvia de flores
besaba nuestros cuerpos.
No
hubo otoños silenciosos,
solo
atardeceres dorados que inauguraban la vida
en nuestro mundo,
sedientos de la luna
en nuestra piel.
Hoy,
el viento pregona
las
pisadas del invierno, mientras yace una banca desierta
en el jardín,
aquella que te vio partir.
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Hasta mañana, si Dios quiere.
Imagen de Andrew Maidanik. Gracias